domingo, 30 de enero de 2011

¡Por fin en el cole!

Con una temperatura rondando los 0º centígrados, ya sabéis lo que dicen, ni frío ni calor, se arrastraban alegrías, tranquilidades, miedos, inseguridades, ganas de aprender y temores que ni conozco. Ese cúmulo de sentimientos y emociones, empañado de tos, mucosa, dolor de cabeza y congestión, me hacía recordar a alguna obra romántica del siglo XIX, sí, de esas que empiezan mal y terminan peor.
La diferencia es que esta vez yo quería, deseaba estar aquí, estaba dispuesto a dar ese paso, a adentrarme en la escuela y vivir lo que siempre he querido vivir.

Nada más llegar, nos reunimos en la sala de profesores y conocimos tanto a los maestros como al resto de compañeros de prácticas, dimos una vuelta por el colegio para conocer sus instalaciones y luego nos sentamos para decidir en que clase nos quedaríamos estas cuatro semanas. Elegí quinto de primaria.
Conocí a mi tutor en la escuela y desde el primer momento fue genial, capaz de mantener a los niños sin que se alteren, de tener una conversación conmigo y a la vez ir sacando documentos que me pudieran ayudar durante mi estancia en el centro y a la hora de hacer la memoria.
Los niños, pese a ser de los mayores del centro, estaban algo nerviosos con la aparición de otra persona mayor que quería ser profe. Al final del día recibí mi primer regalo de un niño, era un dibujo que él mismo había hecho en clase. Fue gracioso, no había atendido a las explicaciones ni había hecho ningún ejercicio, pero ¿podía alguien regañarle después de estar toda la clase haciéndome un dibujo? Yo no podría, al menos no de momento.
Así pues, pasó el primer día, fui medio congelado y enfermo y volví no tan helado y sonriente como un paciente al que le acaban de dar el alta.

En el segundo día me percaté de que con la emoción de conocer a los niños ni me había fijado en cuantos eran y me pareció extraño que una escuela con dos líneas que siguen el mismo programa tengan menos de diez alumnos cada clase. Resulta que estaba medio colegio knock-out y me encontraba en una clase con nueve alumnos, al menos los conocería antes.
Los recreos los utilizamos todos los compañeros de prácticas para comentar las jugadas. Increíble la facilidad con la que todos nos abrimos y expresamos lo que sentíamos y más increíble aún el hecho de que unos cuantos niños nos hagan sonreír de esta manera.
Fui también a mi primera reunión de ciclo y, la verdad, me gustó, era como las había imaginado.
Los niños estaban esta semana hasta arriba de exámenes, así que de momento solo les ayudaba a que entendieran las preguntas o cuando hacían ejercicios les solucionaba dudas. No esta tan mal observar de vez en cuando.

El miércoles comenzó lluvioso y hasta el mismo viernes noche no pararía, así que los patios los pasamos en clase, de este modo pude conocerlos un poco más, ver que hacían cada uno. Este tercer día empecé a saberme los nombres de los niños y fue la primera vez que se me escapó un mis niños, aún lo recuerdo con gracia.
Era el aniversario de la jefa de estudios, así que me escapé un momento a la sala de profesores -tal y como nos habían dicho- y allí tenían montada la fiesta, con pasteles para todos. Muy bien con todos los docentes, la verdad, simpáticos y agradables, con ganas de hacer que te sientas como uno de ellos, de la misma familia.
Pasaron muchas cosas, como todos los días y aprendí formas de reaccionar frente a ciertas cosas, pero lo que recuerdo con más cariño fue que mis niños -sí, lo he vuelto a decir- me reclamaron por primera vez como maestro, querían que les diera clases ya.

El cuarto lo empezamos dando sesiones de refuerzo a unos niños de sexto de primaria y cuando, a primera hora, me colé en mi clase- que estaban dando inglés- todos exclamaron Hello Mr. Jordi. Era la primera vez que me llamaron maestro, aunque fuera en inglés. Podía irme ya a casa, era feliz.
El día, sin embargo, tuvo más, hoy, una profesora cumplía años y de nuevo macro-reunión del profesorado. Luego tocó claustro, un poco más y no cabíamos, entre los más de treinta docentes y los once de prácticas. Me sorprendió los lazos que había entre los maestros, si bien se notaba que algunos estaban más unidos y su relación se prolongaba fuera del centro, todos parecían tener algo más semejante a la amistad que una relación puramente profesional.

El viernes y quinto día empezamos el día yendo a la sala de ordenadores y allí me terminaron de cautivar con sus Profe! Profe! que me dirigían. No fueron menos sus sonrisas luego de que entendieran un ejercicio cuando se los hacía releer.
A las diez de la mañana bajamos al gimnasio, teníamos obra de teatro por el día de la paz. Participaba toda la escuela, desde preescolar hasta tercer ciclo de primaria, ¡estuvieron todos perfectos!
Por la tarde llegó la tutora del prácticum y salimos de nuestras clases para hablar con ella un rato e intercambiamos opiniones, luego llego lo más inesperado de la semana, mi tutor en el centro, junto con el resto de tutores, tenían que ir con la tutora de la UJI y eso me dejaba solo en la clase, con mis niños – ya me he acostumbrado a decirlo, después de tantas veces-. No sabía por donde iban ni siquiera que asignatura tenían, pero dio igual, cogí el libro, vi por donde estaban, lo miré un momento y me lancé. Pensé todos mis compañeros de prácticas estarán en la misma situación y, al fin y al cabo, todos estamos aquí para, algún día, poder estar haciendo esto.

Esa fue mi primera semana y aunque siga haciendo frío, ya no hace tanto, ahora ni la tos, ni la lluvia, ni los niños que se rebotan de vez en cuando y les gusta demasiado hablar en clase me empañan nada.
El lunes a Vilareal vamos todos a jugar a fútbol, a ver si ganamos ¡Ánimo chicos!